Jóvenes, modelos de Santidad
El corazón de la Iglesia también está lleno de jóvenes santos, que entregaron su vida por Cristo, muchos de ellos llegaron al martirio. Ellos fueron preciosos reflejos de Cristo Joven que brilla para estimularlos y para sacarnos de la modorra.
A través de la santidad de los jóvenes la Iglesia puede renovar su ardor espiritual y su vigor apostólico. El bálsamo de la santidad generada por la vida buena de tantos jóvenes puede curar las heridas de la Iglesia y del mundo, devolviéndonos a aquella plenitud del amor al que desde siempre hemos sido llamados: los jóvenes santos nos animan volver a nuestro amor primero (cf.Ap2,4).
Hay santos que no conocieron la vida adulta, y nos dejaron el testimonio de otra forma de vivir la juventud. Recordemos al menos a algunos de ellos, de distintos momentos de la historia, que vivieron la santidad cada uno a su modo.
SANTA TERESA DE JESÚS nació en 1873. A los 15 años, atravesando muchas dificultades, logró ingresar a un convento carmelita. Vivió el camino de la confianza total en el amor del Señor y se propuso alimentar con su oración el fuego del amor que mueve a la Iglesia.
El beato CEFERINO NAMUNCURÁ era joven argentino, hijo de un destacado cacique de los pueblos originarios. Llegó a ser seminarista salesiano, lleno de deseos de volver a su tribu para llevar a Jesucristo. Murió en 1905.
El beato ISIDORO BAKANJA era un laico del Congo que daba testimonio de su fe. Fue torturado durante largo tiempo por haber propuesto el cristianismo a otros jóvenes. Murió perdonando a su verdugo en 1909.
El beato PIER GIORGIO FRASSATI, que murió en 1925, era un joven de una alegría contagiosa, una alegría que superaba también tantas dificultades de su vida. Decía que él intentaba retribuir el amor de Jesús que recibía en la comunión, visitando y ayudando a los pobres.
El beato MARCEL CALLO era un joven francés que murió en 1945. En Austria fue enterrado en un campo de concentración donde confortaba en la fe a sus compañeros de cautiverio, en medio de duros trabajos.
La joven CHIARA BADANO, que murió en 1990, experimentó cómo el dolor puede ser transfigurado por el amor^ (…). La clave de su paz y alegría era la plena confianza en el señor y la aceptación de la enfermedad como misteriosa expresión de su voluntad para su bien y el de los demás.